¿Qué ocurre
en los hogares que es tan común que los hermanos se peleen? Si bien puede haber
un sinnúmero de razones por las cuales los hermanos se peleen una de las
principales causas es por la simple evolución natural de los niños. Cada etapa del crecimiento conlleva un
aprendizaje intrínseco que, frecuentemente, hace entrar a los niños en
conflicto con sus hermanos. Por ejemplo, a la edad de 2 años los niños buscan
afirmarse a sí mismos, empiezan a querer hacer las cosas por si solos, a
establecer que quieren y que no. No es
raro encontrarnos con un niño de 2 años queriendo comer solo, o diciendo a todo
que no. Estas son características
propias de esta etapa evolutiva. Si este
niñito de 2 años tiene un hermano mayor que recibe un no como respuesta a su
predisposición de ayudar a su hermano menor, puede que esto genere un conflicto
entre ellos. Por su parte, los niños en
edad escolar que tienen un muy fuerte concepto de justicia. Si estos niños en edad escolar ven que un
hermanito menor pasa más tiempo con su mama pueden sentirlo como una injusticia
y enojarse con su hermanito. Los adolescentes que están en una etapa de
descubrimiento de su individualidad, y fortaleciendo su independencia pueden
sentir como una amenaza el tener que realizar quehaceres del hogar con alguno
de sus hermanos.
¿Qué
hacemos cuando nos encontramos frente a una pelea de nuestros hijos? El primer
paso sería intentar calmar a los hermanos que se están peleando. No es posible para los niños escuchar
mientras estén embebidos en el enojo, furia, frustración. De allí que es importante tomarnos unos
minutos para que ambas partes se tranquilicen.
Una vez que el clima se sienta favorable para comenzar a hablar,
deberíamos ayudarlos a que ellos mismos intenten encontrar una forma de
resolver el conflicto. Nuestra
intervención aquí seria de facilitadores.
Si cada vez que hay un conflicto intervenimos inmediatamente ofreciendo
soluciones no les enseñamos a aprender a resolver problemas por sí mismos. Por ejemplo, si viene uno de los niños
diciendo que el hermano mayor le pego decirle que vaya y que le diga que pegar
duele, que no le pegue o si no le prestan un juguete que le pida por favor si
cuando termina se lo puede prestar. Con
esto le estamos ensenando a protegerse y cuidarse a si mismo. Es cierto que en
muchas circunstancias los padres tenemos que intervenir ya sea por seguridad o
porque la diferencia de edad es muy grande y el más pequeño no puede defenderse
aun.
Cuando
tenemos que intervenir, una reacción muy común de los padres es hacerles
preguntas a nuestros hijos intentando descubrir quién es el culpable de la
pelea. Estos padres se ponen como en un
papel de policías intentando encontrar a quien tienen que castigar. Esta búsqueda por castigar a alguien como el
objetivo principal cuando ven pelear a sus hijos no suele ayudar a que las
peleas disminuyan con el tiempo. En
lugar de buscar al culpable para sancionarlo ¿por qué no buscar una solución al
problema? El primer paso sería acercarnos a los niños para entender no solo que
paso sino sigue pasando. Una vez que
entendemos cual es el problema, el siguiente paso sería buscar una solución. Parecería algo muy básico lo que estoy
diciendo. Sin embargo, no es tan sencillo ponerlo en práctica. Por ejemplo, dos hermanos se están peleando
por el mismo juguete: la mirada de la búsqueda de la solución no es castigar a
quien le saco el juguete al otro sino compartir el juguete o tomar turnos. Si
un hermano molesta a otro, la mirada de búsqueda de solución no es castigar al
que molesta sino tratar de entender al que molesta para saber qué le pasa y
proponerle una conducta alternativa que no moleste. La mirada de búsqueda de solución es una
mirada que busca comprender más allá de lo explícito en la pelea y busca
ofrecer alternativas satisfactorias para ambos. Idealmente, esta búsqueda de
solución debería nacer de los niños.
Luego de entender lo que está ocurriendo, podemos preguntarles a
nuestros hijos que se les ocurre a ellos que pueden hacer en esta situación de
conflicto. En general, si suelen ser ellos quienes traen la solución las
probabilidades que lo implementen en el futuro son mayores. Desde chicos es importante involucrarlos en
la búsqueda de soluciones preguntándoles que les parece, que pueden hacer
diferente, que idea tienen al respecto, como podrían hacer para que tal o cual
cosa no vuelva a ocurrir. Este tipo de
involucramiento les ensena no solo a sentirse escuchados y valiosos sino a
empezar a ser responsables. Esta
responsabilidad que van aprendiendo es lo que va alimentando la autonomía y
confianza en si mismos.
Para no
incentivar las peleas entre hermanos en nuestro hogar podemos tomar ciertos
recaudos. Uno de ellos es no incentivar
la rivalidad con comentarios como: “si tu hermana lo puede hacer tu deberías
hacerlo,” o “mira como ya termino tu hermano,” o “¿a ver quién se viste
primer?,” o “tu hermana a tu edad ya no usaba chupete.” Este tipo de
comentarios lo único que genera es competencia entre hermanos. Esto no quiere decir que no se los pueda
comparar. De hecho, la comparación
resaltando diferencias y similitudes es algo inevitable. Para conocer necesitamos observar y observar
implica comparar. Una cosa es comparar
en forma descriptiva y otra muy diferente es comparar añadiendo un juicio de
valor a la comparación. Estela es rubia,
Miguel es castaño, Esteban es más bajo que Martín, Pía corrió la carrera más
rápido que Milagros. Todos estos son datos objetivos mensurables. En cambio si decimos Lucia hizo un dibujo más
prolijo o más lindo que Olivia, Pablo jugo mejor que Gastón, estamos incorporando juicios de valor:
prolijo, lindo, mejor. Hay que tener
mucha cautela al incorporar juicios de valor al referirse a los hermanos porque
pueden incentivar la competencia entre ellos.
Otro recaudo que se puede tener en cuenta es que no vamos a poder ser
justos con nuestros hijos. Tener como
objetivo querer ser justos nos va a llevar automáticamente al fracaso. Un niño recién nacido requiere mucha más
atención que un niño en edad escolar. Un
niño que está enfermo va a requerir más cuidados que un niño que está
sano. Un niño que tiene dificultades con
las tareas escolares va a necesitar más ayuda que un niño que tiene facilidad
para realizarlas. Estas situaciones son
injustas para el niño que está en edad escolar, el que está sano y el que tiene
facilidad con la tarea. Estos niños se
sienten desplazados y, de hecho, lo están.
Les tenemos que transmitir que
entendemos que se sienten dejados de lado.
De esta forma les validamos su emoción.
Luego, les tenemos que enseñar que a pesar que hay muchas circunstancias
injustas en las que se pueden sentir desplazados con razón, eso no significa
que los hayamos dejado de querer. Este
es un momento para transmitirles cuanto los amamos porque están atravesando una
circunstancia de vulnerabilidad. Después
de haberles expresado nuestro amor, el siguiente paso es explicarles que cuando
ellos eran bebitos tenían nuestra atención permanente, cuando están enfermos o
cuando tienen una dificultad van a ser nuestra prioridad. Este es el mensaje que tienen que aprender,
que aun en situaciones donde se puedan sentir desplazados no lo están. Así es como les ensenamos que a pesar de la
amenaza que puedan sentir en el contexto ellos siguen siendo amados y queridos. Aprender este mensaje es lo que les va dando
seguridad en sí mismos y la capacidad de atravesar circunstancias no
favorables. Un ejemplo muy cotidiano es
al repartir porciones de torta que nos encontramos con comentarios como: “la
porción de mi hermana es más grande”
Solemos responder: “no, son todas las porciones iguales.” Las probabilidades que todas las porciones
sean iguales es remota. En lugar de dar
esta respuesta podríamos decir: “si, veo, me parece que te molesta tener una
porción mas pequeña” Validar la emoción del niño lo hace sentir
considerado. Desde este lugar de
escucha, podemos luego buscar juntos alternativas a la situación, por ejemplo
que pueda repetir otra porción.
Pasar
tiempo en forma exclusiva con cada uno de nuestros hijos disminuye
considerablemente las peleas entre los hermanos. Estar solo con cada uno de nuestros hijos los
hace sentirse especiales y les disminuye la competencia por obtener la atención
de la madre o padre. Si los padres
pudieran en forma regular disponer de cierto tiempo para dedicarle a cada uno
de sus hijos verían los resultados en forma inmediata. No se trata de pasar largas horas con cada
uno. Basta con ir juntos al
supermercado, o a ponerle nafta al auto o al banco o a llevar una carta al
correo. Pequeñas actividades entre madre
e hijo/a o padre e hijo/a en forma exclusiva, es decir sin otro hermanito/a,
marcan una gran diferencia en el clima del hogar.
Finalmente,
tenemos que recordar que somos ejemplo para nuestros hijos. La forma en la que nosotros mismos, como
padres adultos, resolvemos los conflictos que tenemos con nuestra pareja,
familiares y amigos es también parte de la enseñanza que les damos a nuestros
hijos. Si cuando tenemos un problema con
alguien, levantamos la voz y mostramos una actitud intolerante esto es lo que
estaremos enseñando. Por el contrario,
si sabemos dialogar y mantener la calma aun cuando estamos en desacuerdo con
alguien estaremos mostrando un ejemplo que, muchas veces, enseña más que mil
palabras. Educar con el ejemplo es una
forma de instrucción que, aunque sea difícil ver su impacto inmediato, es una
enseñanza efectiva, duradera y de largo plazo.
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