Entrevista sobre Comportamiento Rebelede de los Jóvenes por Noticiero 47 Primera Edicion
Elvira Medus es Psicoterapeuta Humanista que provee acceso simple y sencillo al mundo psicológico tratando temas cotidianos escenciales. Elvira Medus busca fortalecer las familias y mejorar la comunicación de los padres con sus hijos por medio de estrategias prácticas y útiles que favorecen la crianza de hijos responsables, considerados y seguros de sí mismos.
miércoles, 16 de abril de 2014
lunes, 14 de abril de 2014
Niños independientes
Uno de los
objetivos de los padres respecto a sus hijos es criar individuos que el día de
mañana sean responsables y autónomos.
Estas cualidades no se desarrollan de un día para el otro. Ensenar a ser independientes es un proceso
que comienza desde que el niño nace.
Cuando facilitamos demasiado las tareas a nuestros hijos, estamos no
solo perdiendo la oportunidad que nuestros niños aprendan a ser autónomos sino
que además, estamos transmitiéndoles el mensaje que “dudamos” de su capacidad
para realizar dicha tarea. Ayudar a
nuestros hijos a realizar una tarea que tienen dificultad es algo muy distinto
a facilitarles el camino para que ellos no tengan que esforzarse. Si sabemos que nuestros hijos pueden realizar
una determinada tarea entonces no hay razón por la cual ellos no puedan hacerla
por si mismos. Al dejarlos resolver a ellos
les estamos enseñando a autoabastecerse, por consiguiente, a sentirse capaces
de resolver una tarea. Esta capacidad
que van viendo desarrollar dentro de ellos al ir pudiendo hacer las tareas es
lo que va alimentando la confianza en sí
mismos. A medida que los niños van
sintiéndose con más confianza van animándose a realizar más tareas, inclusive
aquellas que pueden parecer más difíciles.
Es la confianza la que los va estimulando a dar nuevos pasos, a animarse
a entrar en terrenos menos familiares.
Los niños con mayor confianza en sí mismos son menos temerosos a los
cambios, a lo nuevo, adaptándose más fácilmente a las transiciones.

Dejar a nuestros hijos que se sirvan solos la leche, que se vistan solos, que coman solos, que guarden los juguetes, muy probablemente va a significar que después los padres van a tener que limpiar la leche derramada, volver a vestirlos, limpiar la comida que ensuciaron y reordenar los juguetes. De allí que muchos padres prefieren hacer las cosas ellos mismos en lugar de dejar hacérsela a sus hijos. Si bien es cierto que si estas tareas las hacen los padres, muy posiblemente, se harán más rápidamente y mejor, pero el costo es que estaremos generando dependencia. De la misma forma que cuando dejamos hacer a nuestros hijos estimulamos un círculo virtuoso (dejar hacer desarrolla capacidad, capacidad genera confianza, confianza alimenta la autoestima), cuando hacemos cosas por ellos sabiendo que ellos las podrían hacer estimulamos un círculo vicioso: al hacer las cosas por ellos no desarrollan capacidad para poder hacerlas solos, la incapacidad genera desconfianza en ellos mismos, la desconfianza alimenta inseguridad. Por consiguiente, para dejar de facilitarles las tareas a nuestros hijos hay que comenzar por a darles la oportunidad que hagan las cosas sin el apuro de terminar la tarea y sin la exigencia de realizarla eficazmente. La urgencia y la eficacia en la ejecución de determinadas tareas son obstáculos para el aprendizaje de nuestros niños.

Dejar a nuestros hijos que se sirvan solos la leche, que se vistan solos, que coman solos, que guarden los juguetes, muy probablemente va a significar que después los padres van a tener que limpiar la leche derramada, volver a vestirlos, limpiar la comida que ensuciaron y reordenar los juguetes. De allí que muchos padres prefieren hacer las cosas ellos mismos en lugar de dejar hacérsela a sus hijos. Si bien es cierto que si estas tareas las hacen los padres, muy posiblemente, se harán más rápidamente y mejor, pero el costo es que estaremos generando dependencia. De la misma forma que cuando dejamos hacer a nuestros hijos estimulamos un círculo virtuoso (dejar hacer desarrolla capacidad, capacidad genera confianza, confianza alimenta la autoestima), cuando hacemos cosas por ellos sabiendo que ellos las podrían hacer estimulamos un círculo vicioso: al hacer las cosas por ellos no desarrollan capacidad para poder hacerlas solos, la incapacidad genera desconfianza en ellos mismos, la desconfianza alimenta inseguridad. Por consiguiente, para dejar de facilitarles las tareas a nuestros hijos hay que comenzar por a darles la oportunidad que hagan las cosas sin el apuro de terminar la tarea y sin la exigencia de realizarla eficazmente. La urgencia y la eficacia en la ejecución de determinadas tareas son obstáculos para el aprendizaje de nuestros niños.
Adicionalmente,
resolver por nuestros hijos fomenta un concepto llamado falso sentido de los
derechos. Los niños que viven en un
ambiente donde se les facilitan permanentemente las cosas, se los protege
demasiado, se los apaña, o se les evita tener que luchar con
dificultades del mundo real van
desarrollando una creencia que el mundo es como ese ambiente que han creado
para ellos. El problema con esta
creencia es que cuando estos niños se van haciendo adultos, se convierten en
hombres o mujeres que exigen. Estos
hombres o mujeres exigen a sus parejas o amigos que se les continúe resolviendo
los problemas. Estos hombres o mujeres
han crecido pero no han madurado, siguen siendo niños con la creencia que el
mundo tiene que seguir girando alrededor suyo.
Dejar hacer
a los hijos, implica no solo tener que lidiar con el trabajo que es enseñar a hacer
las tareas a los niños sino que además, es tener que lidiar con las emociones
que este proceso despierta a los padres.
Muchos padres sienten frustración, enojo, cansancio cuando después de
enseñarles cómo tienen que hacer una tarea, sus hijos la hacen mal, o no como
se les pedía, o ensucian y rompen algo en el camino y el padre tiene que
terminar haciéndola él mismo por completo.
El trabajo de ser padres puede ser frustrante. En estos momentos, es importante no hacerlos
sentir mal por la forma en la que hicieron la tarea. Frases como “¿cómo es posible que tiraste
toda el agua al piso o rompiste el plato o manchaste el pantalón nuevo?”, no
solo inhiben al niño sino que no lo ayudan a realizar la tarea de otra forma la
próxima vez. Si queremos que los niños
aprendan del proceso para que la próxima vez tengan más recursos para poder
resolver la situación de forma distinta podemos decir: “Esteban, tiraste toda
el agua al piso o rompiste el plato o manchaste el pantalón nuevo, ¿Qué te
parece que podes hacer la próxima vez para evitar que esto suceda?” Este tipo
de preguntas, obligan a los niños a ponerse en el problema y a pensar en una
solución. Cuando las propuestas nacen de
los niños hay mayores chances que las incorporen y que las pongan en práctica
alimentando su responsabilidad y autonomía.
Entrevista sobre "Niños Independientes" en el programa televisivo Buenos Dias Nueva York por Telemundo 47
Entrevista sobre "Niños Independientes" en el programa televisivo Buenos Dias Nueva York por Telemundo 47
Peleas entre hermanos
¿Qué ocurre
en los hogares que es tan común que los hermanos se peleen? Si bien puede haber
un sinnúmero de razones por las cuales los hermanos se peleen una de las
principales causas es por la simple evolución natural de los niños. Cada etapa del crecimiento conlleva un
aprendizaje intrínseco que, frecuentemente, hace entrar a los niños en
conflicto con sus hermanos. Por ejemplo, a la edad de 2 años los niños buscan
afirmarse a sí mismos, empiezan a querer hacer las cosas por si solos, a
establecer que quieren y que no. No es
raro encontrarnos con un niño de 2 años queriendo comer solo, o diciendo a todo
que no. Estas son características
propias de esta etapa evolutiva. Si este
niñito de 2 años tiene un hermano mayor que recibe un no como respuesta a su
predisposición de ayudar a su hermano menor, puede que esto genere un conflicto
entre ellos. Por su parte, los niños en
edad escolar que tienen un muy fuerte concepto de justicia. Si estos niños en edad escolar ven que un
hermanito menor pasa más tiempo con su mama pueden sentirlo como una injusticia
y enojarse con su hermanito. Los adolescentes que están en una etapa de
descubrimiento de su individualidad, y fortaleciendo su independencia pueden
sentir como una amenaza el tener que realizar quehaceres del hogar con alguno
de sus hermanos.
¿Qué
hacemos cuando nos encontramos frente a una pelea de nuestros hijos? El primer
paso sería intentar calmar a los hermanos que se están peleando. No es posible para los niños escuchar
mientras estén embebidos en el enojo, furia, frustración. De allí que es importante tomarnos unos
minutos para que ambas partes se tranquilicen.
Una vez que el clima se sienta favorable para comenzar a hablar,
deberíamos ayudarlos a que ellos mismos intenten encontrar una forma de
resolver el conflicto. Nuestra
intervención aquí seria de facilitadores.
Si cada vez que hay un conflicto intervenimos inmediatamente ofreciendo
soluciones no les enseñamos a aprender a resolver problemas por sí mismos. Por ejemplo, si viene uno de los niños
diciendo que el hermano mayor le pego decirle que vaya y que le diga que pegar
duele, que no le pegue o si no le prestan un juguete que le pida por favor si
cuando termina se lo puede prestar. Con
esto le estamos ensenando a protegerse y cuidarse a si mismo. Es cierto que en
muchas circunstancias los padres tenemos que intervenir ya sea por seguridad o
porque la diferencia de edad es muy grande y el más pequeño no puede defenderse
aun.
Cuando
tenemos que intervenir, una reacción muy común de los padres es hacerles
preguntas a nuestros hijos intentando descubrir quién es el culpable de la
pelea. Estos padres se ponen como en un
papel de policías intentando encontrar a quien tienen que castigar. Esta búsqueda por castigar a alguien como el
objetivo principal cuando ven pelear a sus hijos no suele ayudar a que las
peleas disminuyan con el tiempo. En
lugar de buscar al culpable para sancionarlo ¿por qué no buscar una solución al
problema? El primer paso sería acercarnos a los niños para entender no solo que
paso sino sigue pasando. Una vez que
entendemos cual es el problema, el siguiente paso sería buscar una solución. Parecería algo muy básico lo que estoy
diciendo. Sin embargo, no es tan sencillo ponerlo en práctica. Por ejemplo, dos hermanos se están peleando
por el mismo juguete: la mirada de la búsqueda de la solución no es castigar a
quien le saco el juguete al otro sino compartir el juguete o tomar turnos. Si
un hermano molesta a otro, la mirada de búsqueda de solución no es castigar al
que molesta sino tratar de entender al que molesta para saber qué le pasa y
proponerle una conducta alternativa que no moleste. La mirada de búsqueda de solución es una
mirada que busca comprender más allá de lo explícito en la pelea y busca
ofrecer alternativas satisfactorias para ambos. Idealmente, esta búsqueda de
solución debería nacer de los niños.
Luego de entender lo que está ocurriendo, podemos preguntarles a
nuestros hijos que se les ocurre a ellos que pueden hacer en esta situación de
conflicto. En general, si suelen ser ellos quienes traen la solución las
probabilidades que lo implementen en el futuro son mayores. Desde chicos es importante involucrarlos en
la búsqueda de soluciones preguntándoles que les parece, que pueden hacer
diferente, que idea tienen al respecto, como podrían hacer para que tal o cual
cosa no vuelva a ocurrir. Este tipo de
involucramiento les ensena no solo a sentirse escuchados y valiosos sino a
empezar a ser responsables. Esta
responsabilidad que van aprendiendo es lo que va alimentando la autonomía y
confianza en si mismos.
Para no
incentivar las peleas entre hermanos en nuestro hogar podemos tomar ciertos
recaudos. Uno de ellos es no incentivar
la rivalidad con comentarios como: “si tu hermana lo puede hacer tu deberías
hacerlo,” o “mira como ya termino tu hermano,” o “¿a ver quién se viste
primer?,” o “tu hermana a tu edad ya no usaba chupete.” Este tipo de
comentarios lo único que genera es competencia entre hermanos. Esto no quiere decir que no se los pueda
comparar. De hecho, la comparación
resaltando diferencias y similitudes es algo inevitable. Para conocer necesitamos observar y observar
implica comparar. Una cosa es comparar
en forma descriptiva y otra muy diferente es comparar añadiendo un juicio de
valor a la comparación. Estela es rubia,
Miguel es castaño, Esteban es más bajo que Martín, Pía corrió la carrera más
rápido que Milagros. Todos estos son datos objetivos mensurables. En cambio si decimos Lucia hizo un dibujo más
prolijo o más lindo que Olivia, Pablo jugo mejor que Gastón, estamos incorporando juicios de valor:
prolijo, lindo, mejor. Hay que tener
mucha cautela al incorporar juicios de valor al referirse a los hermanos porque
pueden incentivar la competencia entre ellos.
Otro recaudo que se puede tener en cuenta es que no vamos a poder ser
justos con nuestros hijos. Tener como
objetivo querer ser justos nos va a llevar automáticamente al fracaso. Un niño recién nacido requiere mucha más
atención que un niño en edad escolar. Un
niño que está enfermo va a requerir más cuidados que un niño que está
sano. Un niño que tiene dificultades con
las tareas escolares va a necesitar más ayuda que un niño que tiene facilidad
para realizarlas. Estas situaciones son
injustas para el niño que está en edad escolar, el que está sano y el que tiene
facilidad con la tarea. Estos niños se
sienten desplazados y, de hecho, lo están.
Les tenemos que transmitir que
entendemos que se sienten dejados de lado.
De esta forma les validamos su emoción.
Luego, les tenemos que enseñar que a pesar que hay muchas circunstancias
injustas en las que se pueden sentir desplazados con razón, eso no significa
que los hayamos dejado de querer. Este
es un momento para transmitirles cuanto los amamos porque están atravesando una
circunstancia de vulnerabilidad. Después
de haberles expresado nuestro amor, el siguiente paso es explicarles que cuando
ellos eran bebitos tenían nuestra atención permanente, cuando están enfermos o
cuando tienen una dificultad van a ser nuestra prioridad. Este es el mensaje que tienen que aprender,
que aun en situaciones donde se puedan sentir desplazados no lo están. Así es como les ensenamos que a pesar de la
amenaza que puedan sentir en el contexto ellos siguen siendo amados y queridos. Aprender este mensaje es lo que les va dando
seguridad en sí mismos y la capacidad de atravesar circunstancias no
favorables. Un ejemplo muy cotidiano es
al repartir porciones de torta que nos encontramos con comentarios como: “la
porción de mi hermana es más grande”
Solemos responder: “no, son todas las porciones iguales.” Las probabilidades que todas las porciones
sean iguales es remota. En lugar de dar
esta respuesta podríamos decir: “si, veo, me parece que te molesta tener una
porción mas pequeña” Validar la emoción del niño lo hace sentir
considerado. Desde este lugar de
escucha, podemos luego buscar juntos alternativas a la situación, por ejemplo
que pueda repetir otra porción.
Pasar
tiempo en forma exclusiva con cada uno de nuestros hijos disminuye
considerablemente las peleas entre los hermanos. Estar solo con cada uno de nuestros hijos los
hace sentirse especiales y les disminuye la competencia por obtener la atención
de la madre o padre. Si los padres
pudieran en forma regular disponer de cierto tiempo para dedicarle a cada uno
de sus hijos verían los resultados en forma inmediata. No se trata de pasar largas horas con cada
uno. Basta con ir juntos al
supermercado, o a ponerle nafta al auto o al banco o a llevar una carta al
correo. Pequeñas actividades entre madre
e hijo/a o padre e hijo/a en forma exclusiva, es decir sin otro hermanito/a,
marcan una gran diferencia en el clima del hogar.
Finalmente,
tenemos que recordar que somos ejemplo para nuestros hijos. La forma en la que nosotros mismos, como
padres adultos, resolvemos los conflictos que tenemos con nuestra pareja,
familiares y amigos es también parte de la enseñanza que les damos a nuestros
hijos. Si cuando tenemos un problema con
alguien, levantamos la voz y mostramos una actitud intolerante esto es lo que
estaremos enseñando. Por el contrario,
si sabemos dialogar y mantener la calma aun cuando estamos en desacuerdo con
alguien estaremos mostrando un ejemplo que, muchas veces, enseña más que mil
palabras. Educar con el ejemplo es una
forma de instrucción que, aunque sea difícil ver su impacto inmediato, es una
enseñanza efectiva, duradera y de largo plazo.
Padres perfeccionistas
Un padre
perfeccionista tiende a ser un padre exigente. Los padres exigentes no ofrecen opciones, simplemente imponen el camino a seguir. Son padres que dictaminan sin dar lugar a
la participación de su hijo, sin valorar su opinión, sentimientos o pensamientos. Son padres que no dejan ser al niño. Este estilo de paternidad genera en los niños
mucha frustración cuando no pueden satisfacer a sus padres o gran resentiento si, logran alcanzar los objetivos establecidos por los padres pero sus intereses no fueron tenidos en cuenta.
Opuesto a los padres perfeccionistas encontramos a los padres que confian en sus hijos. Los padres que confían en sí mismos, saben que tienen una capacidad interior que, con determinadas condiciones, se va manifestando en ellos permitiéndoles lograr y alcanzar los objetivos deseados. De la misma forma que ellos cuentan con esta capacidad, tienen la convicción que sus hijos tambien la tienen. Desde este lugar de confianza, es que ejercen su paternidad. Saben que asi como ellos tienen una capacidad interior tambien la tienen sus hijos. Estos padres reconocen la importancia de escuchar las necesidades, sentimientos y pensamientos de sus hijos. Esta actitud de escucha transmite el mensaje que sus hijos valen, que lo que tienen para decir es importante, que sus sentimientos y pensamientos van a ser considerados. De esta forma, estos padres van alimentando la confianza y autoestima de sus hijos simplemente porque confian en que sus hijos tienen una capacidad interior a desplegar.
Opuesto a los padres perfeccionistas encontramos a los padres que confian en sus hijos. Los padres que confían en sí mismos, saben que tienen una capacidad interior que, con determinadas condiciones, se va manifestando en ellos permitiéndoles lograr y alcanzar los objetivos deseados. De la misma forma que ellos cuentan con esta capacidad, tienen la convicción que sus hijos tambien la tienen. Desde este lugar de confianza, es que ejercen su paternidad. Saben que asi como ellos tienen una capacidad interior tambien la tienen sus hijos. Estos padres reconocen la importancia de escuchar las necesidades, sentimientos y pensamientos de sus hijos. Esta actitud de escucha transmite el mensaje que sus hijos valen, que lo que tienen para decir es importante, que sus sentimientos y pensamientos van a ser considerados. De esta forma, estos padres van alimentando la confianza y autoestima de sus hijos simplemente porque confian en que sus hijos tienen una capacidad interior a desplegar.
Los padres perfeccionistas, por el contrario, dudan de la capacidad de sus hijos, no
tienen confianza en ellos. Esta falta de
confianza los lleva a dudar del proceso de aprendizaje de sus hijos. Son padres que creen que tienen que marcarles
cada paso del camino. Si los padres no
imponen lo que se debe hacer temen las consecuencias. Son padres que manifiestan
una intolerancia al error de sus hijos que, en definitiva, es una expresión de
intolerancia al aprendizaje. Los niños son
aprendizaje y el aprender implica equivocarse. Para estos padres no hay posibilidad de disfrute o diversión a lo largo del camino de aprendizaje. El padre perfeccionista tiene el foco en el resultado final a obtener perdiendo de vista por completo el proceso. El miedo y la ansiedad que los padres perfeccionistas sienten respecto a tener que alcanzar un objetivo o realizar una tarea se lo terminan transmitiendo a sus hijos generándoles mucha inseguridad. Es muy común encontrar hijos de padres perfeccionistas que se desesperan cuando realizan sus tareas o les es sumamente dificil disfrutarlas o simplemente realizarlas estando relajado.
Volviendo a los padres que sienten confianza en sus hijos, el camino del aprendizaje es muy distinto. Estos padres buscan que sus hijos saquen de sí lo mejor de ellos. No son padres que buscan establecer los objetivos de su hijo basándose en estándares exteriores sino que los establecen de acuerdo a la propia capacidad de su hijo. Es un padre que evalúa el esfuerzo, la dedicación, el compromiso que su hijo pone al momento de hacer una tarea. El esfuerzo o la voluntad es lo que este padre valora porque es la variable que el niño puede controlar. Estos padres saben que cualquier resultado final conlleva factores que no necesariamente dependen del niño. Este padre puede llegar a retar a su hijo si realiza un trabajo ‘muy bueno’ porque sabe que tiene la capacidad de hacerlo ‘excelente’ y, puede llegar a felicitar a otro de sus hijos que hizo un trabajo ‘regular’ porque sabe que dio lo mejor de él para realizarlo. Este padre está permanentemente atento al mundo interior de sus hijos: sus necesidades, emociones, pensamientos y capacidades de sus hijos. Es un padre que, con su actitud, transmite a sus hijos que son valiosos alimentándoles de esa forma su seguridad y autoestima.
Volviendo a los padres que sienten confianza en sus hijos, el camino del aprendizaje es muy distinto. Estos padres buscan que sus hijos saquen de sí lo mejor de ellos. No son padres que buscan establecer los objetivos de su hijo basándose en estándares exteriores sino que los establecen de acuerdo a la propia capacidad de su hijo. Es un padre que evalúa el esfuerzo, la dedicación, el compromiso que su hijo pone al momento de hacer una tarea. El esfuerzo o la voluntad es lo que este padre valora porque es la variable que el niño puede controlar. Estos padres saben que cualquier resultado final conlleva factores que no necesariamente dependen del niño. Este padre puede llegar a retar a su hijo si realiza un trabajo ‘muy bueno’ porque sabe que tiene la capacidad de hacerlo ‘excelente’ y, puede llegar a felicitar a otro de sus hijos que hizo un trabajo ‘regular’ porque sabe que dio lo mejor de él para realizarlo. Este padre está permanentemente atento al mundo interior de sus hijos: sus necesidades, emociones, pensamientos y capacidades de sus hijos. Es un padre que, con su actitud, transmite a sus hijos que son valiosos alimentándoles de esa forma su seguridad y autoestima.
Padres que discuten delante de sus hijos
Cuantas
veces nos ocurre que, por alguna razón, nos enojamos con el padre de nuestros
hijos y lo criticamos delante de nuestros hijos. Si bien es válido estar enojados, frustrados,
disgustados con el padre de nuestros hijos, no es apropiado criticarlo o hablar
mal de él delante de nuestros hijos.
Antes que nada, tenemos que saber que el padre de nuestros hijos es una
de las personas más importantes en la vida de nuestros hijos. Criticar al padres de nuestros hijos implica
no estar teniendo en cuenta el lugar que esta persona ocupa en la vida de
nuestros hijos. Este comportamiento es una falta de consideración para con nuestros
hijos. Criticar en este caso es una
conducta egoísta dado que está simplemente actuando desde el deseo infantil de
expresar su frustración sin tener en cuenta el lugar que esta persona ocupa en
la vida de sus hijos. Nuestros hijos,
aunque no lo expresan, sienten que no están siendo respetados cuando un padre
critica al otro.
En general, los padres recurren a criticar al padre de nuestros hijos se sienten dolidos y utilizan este comportamiento como una forma de venganza o forma de castigar a quien los lastimo previamente a ellos. Sin embargo, lejos de impartir justicia, lastiman profundamente a sus hijos causándoles mucho dolor. Este dolor los aleja del padre que critica. Estos niños sienten un desconcierto muy grande al no poder comprender como quién los ama puede llegar a criticar a una de las personas más importantes de su vida. Esta situación, poco a poco, va dañando la relación entre padres/madres e hijos.
En general, los padres recurren a criticar al padre de nuestros hijos se sienten dolidos y utilizan este comportamiento como una forma de venganza o forma de castigar a quien los lastimo previamente a ellos. Sin embargo, lejos de impartir justicia, lastiman profundamente a sus hijos causándoles mucho dolor. Este dolor los aleja del padre que critica. Estos niños sienten un desconcierto muy grande al no poder comprender como quién los ama puede llegar a criticar a una de las personas más importantes de su vida. Esta situación, poco a poco, va dañando la relación entre padres/madres e hijos.
Cuando nos
encontramos en una situación en la que nos reconocemos enojados para con el padre
de nuestros hijos, el primer paso es intentar hacerlo consciente como para no
reaccionar inconscientemente desde aquel enojo.
Cuando reaccionamos, estamos siendo dominados por nuestra emoción. Este tipo de comportamiento es un
comportamiento infantil o inmaduro de una persona que está siendo dominada por sus emociones. Estamos aquí frente a una persona que no es
libre de elegir como actuar, sino que por el contrario, reacciona comportándose
como la emoción del momento lo determina sin medir las consecuencias de este
comportamiento. Con esto no estoy
queriendo decir que no tenemos que enojarnos o frustrarnos o irritarnos con los
padres de nuestros hijos. Las emociones
que sentimos forman parte de quienes somos y son válidas. El problema es que hacemos con estas
emociones. Las personas maduras o con mayor consciencia de sí mismas son más
libres porque pueden elegir que hacer y, en este elegir, pueden evaluar las
consecuencias de sus actos. Las personas
menos conscientes de sí mismas o más infantiles están dominadas por sus
emociones sin poder decidir conscientemente y tienden a reaccionar. Entonces, si somos de esas personas que a
veces reaccionamos y nos comportamos de manera que a veces lastimamos hasta a
las personas que más queremos, el primer paso sería comenzar a prestarnos
atención a nosotros mismos. Cuando nos
encontramos utilizando frases como ‘nunca’ o ‘siempre’ tenemos que hacer una
pausa porque suelen ser indicadores que estamos empezando a estar enojados. Por
ejemplo: “mi marido nunca levanta la mesa” o “el padre de mis hijos siempre los
malcría.” Otras señales de alerta son
frases como por ejemplo: “el papa de mis hijos es un egoísta, es cómodo.” Estas
últimas frases son distintas formas de críticas. En lugar de hablar del otro, es recomendable
hablar de cómo uno se siente.
Concretamente, en lugar de decir “mi marido es un egoísta” decir:
“cuando mi marido se va a jugar al tenis me siento sola” o en lugar de decir
“mi marido es cómodo” podemos decir: “cuando mi marido se pone a mirar TV
siento mucho enojo porque no me siento ayudada con los quehaceres del
hogar. En estos ejemplos no hay crítica
hacia la otra persona sino que estamos expresando nuestro sentir respecto al
comportamiento del otro. Resumiendo,
cuando nos damos cuenta que nos estamos empezando a enojar primero
identifiquemos la conducta de la otra persona que nos molesta. Segundo,
reflexionemos como esa conducta nos hace sentir a nosotros. Por último, podemos
expresar lo que nos pasa.
Ejemplo 1
Conducta del otro: Mira TV cuando yo lavo los platos
Nuestro sentimiento: Enojo
Conducta del otro: Mira TV cuando yo lavo los platos
Nuestro sentimiento: Enojo
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Ejemplos 2
Conducta del otro: Se va a
jugar al golf
Nuestro sentimiento: Triste
Comunicación: “Cuando te vas
a jugar al golf todo el día me siento sola y me da tristeza”
Ejemplos 3
Conducta del otro: No viene
a comer y no avisa
Nuestro sentimiento:
Frustración
Comunicación: “Cuando no me
avisas que no llegas a comer me frustro esperándote y me siento desconsiderada”
Finalmente,
es muy común que los padres discutan delante de sus hijos y la reconciliación
es son posterioridad cuando los niños no están presentes. Los niños viven la pelea, la tensión, el
enojo quedándose con el sabor amargo de la discusión. Este clima que los padres crearon en el
ambiente los inunda de desconcierto, dudas, preguntas, incertidumbres, miedos. Es importante que los padres sean conscientes
que han generado este clima en el ambiente.
Una vez que los padres se han reconciliado es importante que se lo
comuniquen a sus hijos de forma de transmitirles que ya el clima es otra vez de
armonía. Al hablar con sus hijos
comunicándoles que los padres lograron entenderse es importante darles espacio
a los niños para que hagan sus preguntas.
Los padres debieran tomarse el tiempo necesario para atender cada una de
sus preguntas de sus hijos de forma de mitigar los miedos o incertidumbres que
les pudieron haber quedado luego de haber visto y sentido la tensión entre las
dos personas más importantes de sus vidas.
Comportamiento rebelde de los niños
Cuantas
veces nos ha ocurrido que vamos al supermercado y nuestro hijo se pone a
gritar, patalear o comportarse indebidamente.
Esta es una situación estresante que muchas veces no sabemos cómo
actuar. Los padres autoritarios muy
estrictos, recurren a imponerles reglas sumamente estrictas como para evitar
este tipo de comportamiento. Podemos
decir que este modo de resolver este tipo de problemas funciona en el sentido
que el niño no se comporta indebidamente pero las preguntas que hay que hacerse
son: ¿cuál es el mensaje que estoy transmitiéndoles a mis hijos con amenazas y
gritos? ¿Soy la madre o padre quiero ser al impartir este tipo de disciplina? Las amenazas
imparten miedo, son signos de peligro inclusive dentro del ambiente
familiar. Los gritos, por su parte, transmiten desconcierto, falta de orden,
desesperación y crean un ambiente donde se vive una falta de control. Las
amenazas y gritos no ayudan a crear la atmosfera de seguridad, orden y
predicción que los niños necesitan. Imponer disciplina a nuestros hijos es una
forma de enseñanza, no un método de castigo. Por último,
nos tenemos que preguntar ¿cuál es el costo para nuestros hijos de implementar
un modo de crianza autoritario? Los hijos de padres autoritarios con el correr
del tiempo tienden a ser dubitativos e inseguros debido a que sus padres les han
ido quitando su autonomía. Estos niños con el fin de satisfacer a su padres van
perdiendo contacto con lo que ellos quieren vulnerando poco a poco su autoestima. Es muy común encontrar personas adultas que han tenido padres muy autoritarios
que los han alejado de sí mismos a tal punto que han perdido total contacto con
lo que quieren en sus vidas. Son personas que no tienen presente cuáles son sus
gustos, preferencias, deseos, sueños. Son personas que tienden a vivir satisfaciendo a los demás en lugar de a ellos
mismos. Peor aún, estas personas suelen
sentir culpa si buscan su propio interés. Desandar este camino no es un proceso
sencillo, requiere tiempo, determinación y, en muchos casos, ayuda psicológica.
La pregunta entonces es como hacer con niños rebeldes. Si el niño está en medio de una “pataleta” será inútil hablarle en ese preciso momento. Cuando el niño está haciendo un berrinche no puede escuchar, en ese momento porque esta embebido de la emoción que está sintiendo ya sea enojo, frustración, desesperación. Imagínense como si su hijo estuviera ahogándose en el agua. Si le hablamos o le queremos explicar algo mientras el niño está bajo agua no nos va a escuchar. Si le gritamos o le exigimos que salga tampoco lo estaríamos ayudando. El niño está en problemas. Si esta fuera la forma en la que veríamos la situación, es fácil responder. Lo que haría la mayoria de los padres en ese momento es tenderle una mano para que salga del agua y luego abrazarlo fuerte para que no tenga miedo. Esto mismo es lo que necesita nuestro hijo cuando está en medio de una pataleta. Primero tenemos que comprenderlo, mostrarle que lo entendemos, que empatizamos con lo que le pasa. Vamos a estar validando su emoción, en otras palabras, “sacando a nuestro hijo del agua.” Las emociones son únicas a cada individuo y validarle sus emociones, su forma de sentir valida nada más y nada menos que su ser persona en este mundo fortaleciendo su autoestima. Ahora no tenemos que confundir validar sus emociones con aprobar su conducta. Luego de validar sus emociones es tiempo de corregir su conducta. Recién cuando el niño esta calmado y tranquilo vamos a poder enseñarle a comportarse diferente. Para enseñarles a nuestros hijos un modo distinto de conducta podemos guiarnos siguiendo tres pasos. El primero, es nombrarle como se llama la conducta inapropiada que estaba haciendo. Le podemos decir: “Esteban, lo que estabas haciendo es una pataleta, o gritar, o tirar las cosas o pegar” o lo que fuera estuviera haciendo. Es muy importante aquí ser especifico en la descripción de la conducta inapropiada. Si le decimos que lo que estaba haciendo era faltar el respeto puede ocurrir que sea un concepto abstracto difícil de comprender. De allí que cuanto más concreta y simple sea la descripción de la tarea mejor. El segundo paso es mencionarle la consecuencia de su comportamiento. Por ejemplo: cuando haces una pataleta te podes lastimar, cuando gritas me duelen los oídos, cuando tiras las cosas podes romper algo, cuando pegas podes lastimar a alguien. De esta forma, los niños van aprendiendo que sus actos tienen consecuencias. El último paso es enseñarle un comportamiento alternativo. Por ejemplo, podes estar enojado o frustrado pero en lugar de hacer una pataleta usa tus palabras para explicarme que te pasa; en lugar de gritar usa un tono normal; en lugar de tirar las cosas dámelas en la mano; en lugar de pegar usa tus palabras.
Si bien estos pasos van a ayudar a manejar situaciones difíciles con niños rebeldes tenemos que ser conscientes que el aprendizaje no ocurre de un día para el otro. Los niños van a desafiar todo tipo de reglas, y van a intentar correr los límites todo lo que puedan. Es esencial la constancia en la implementación de estos pasos. El camino puede ser frustrante para los padres cuando nos encontramos repitiendo por décima vez que no hay que pegar porque pueden lastimar a alguien y que en lugar de pegar tienen que usar sus palabras. El hecho que nos encontremos repitiendo una y otra vez lo mismo, no quiere decir que el proceso no este avanzando. La firmeza del padre al explicarles estos pasos conjuntamente con la constancia en el método es lo que va generando los resultados esperados.
La pregunta entonces es como hacer con niños rebeldes. Si el niño está en medio de una “pataleta” será inútil hablarle en ese preciso momento. Cuando el niño está haciendo un berrinche no puede escuchar, en ese momento porque esta embebido de la emoción que está sintiendo ya sea enojo, frustración, desesperación. Imagínense como si su hijo estuviera ahogándose en el agua. Si le hablamos o le queremos explicar algo mientras el niño está bajo agua no nos va a escuchar. Si le gritamos o le exigimos que salga tampoco lo estaríamos ayudando. El niño está en problemas. Si esta fuera la forma en la que veríamos la situación, es fácil responder. Lo que haría la mayoria de los padres en ese momento es tenderle una mano para que salga del agua y luego abrazarlo fuerte para que no tenga miedo. Esto mismo es lo que necesita nuestro hijo cuando está en medio de una pataleta. Primero tenemos que comprenderlo, mostrarle que lo entendemos, que empatizamos con lo que le pasa. Vamos a estar validando su emoción, en otras palabras, “sacando a nuestro hijo del agua.” Las emociones son únicas a cada individuo y validarle sus emociones, su forma de sentir valida nada más y nada menos que su ser persona en este mundo fortaleciendo su autoestima. Ahora no tenemos que confundir validar sus emociones con aprobar su conducta. Luego de validar sus emociones es tiempo de corregir su conducta. Recién cuando el niño esta calmado y tranquilo vamos a poder enseñarle a comportarse diferente. Para enseñarles a nuestros hijos un modo distinto de conducta podemos guiarnos siguiendo tres pasos. El primero, es nombrarle como se llama la conducta inapropiada que estaba haciendo. Le podemos decir: “Esteban, lo que estabas haciendo es una pataleta, o gritar, o tirar las cosas o pegar” o lo que fuera estuviera haciendo. Es muy importante aquí ser especifico en la descripción de la conducta inapropiada. Si le decimos que lo que estaba haciendo era faltar el respeto puede ocurrir que sea un concepto abstracto difícil de comprender. De allí que cuanto más concreta y simple sea la descripción de la tarea mejor. El segundo paso es mencionarle la consecuencia de su comportamiento. Por ejemplo: cuando haces una pataleta te podes lastimar, cuando gritas me duelen los oídos, cuando tiras las cosas podes romper algo, cuando pegas podes lastimar a alguien. De esta forma, los niños van aprendiendo que sus actos tienen consecuencias. El último paso es enseñarle un comportamiento alternativo. Por ejemplo, podes estar enojado o frustrado pero en lugar de hacer una pataleta usa tus palabras para explicarme que te pasa; en lugar de gritar usa un tono normal; en lugar de tirar las cosas dámelas en la mano; en lugar de pegar usa tus palabras.
Si bien estos pasos van a ayudar a manejar situaciones difíciles con niños rebeldes tenemos que ser conscientes que el aprendizaje no ocurre de un día para el otro. Los niños van a desafiar todo tipo de reglas, y van a intentar correr los límites todo lo que puedan. Es esencial la constancia en la implementación de estos pasos. El camino puede ser frustrante para los padres cuando nos encontramos repitiendo por décima vez que no hay que pegar porque pueden lastimar a alguien y que en lugar de pegar tienen que usar sus palabras. El hecho que nos encontremos repitiendo una y otra vez lo mismo, no quiere decir que el proceso no este avanzando. La firmeza del padre al explicarles estos pasos conjuntamente con la constancia en el método es lo que va generando los resultados esperados.
Adolescentes y la droga
La
Adolescencia es una etapa sumamente difícil para nuestros jóvenes. La adolescencia
es una etapa de transición entre la niñez y la adultez. Por lo tanto, los
jóvenes todavía necesitan asistencia y cuidado pero también libertad y
autonomía. Durante la adolescencia, los
jóvenes comienzan a probar nuevas formas de vestirse, de actuar, de
relacionarse. Es una etapa de
descubrimiento de ellos mismos. En esta
etapa van descubriendo qué tipo de hombres o mujeres van a llegar a ser. De allí que sumamente complejo para los
padres acompañar a los adolescentes en este proceso. Existe una constante duda entre hasta donde
dejarlos solos y hasta donde intervenir.
La realidad es que no hay una respuesta para estas dudas. Cada padre ira buscando el balance entre
darle libertades para que comiencen a explorarse a sí mismo y mantener un adecuado
control que vele por su seguridad. Este
balance será más sencillo alcanzarlo si se lo busca conjuntamente con su hijo
adolescente. Esto quiere decir que, como padres, no deberíamos tomar una
actitud autoritaria o dictaminar las reglas a seguir sino buscar junto a
nuestros jóvenes los caminos posibles.
Esto implica tener un dialogo permanente con nuestros hijos. Se trata de conocerlos, de escucharlos, de
entenderlos, de tomarnos el tiempo para descubrirlos. Queriendo descubrir a nuestros adolescentes
es como los ayudamos a descubrirse a sí mismos.
Al ayudarlos a descubrirse a sí mismos, aprendemos a conocerlos y a
entenderlos más. Como padres, vamos
aprendiendo a ver a nuestros hijos como personas distintas a nosotros, con su
propia personalidad. De la misma manera que los vamos descubriendo a ellos,
vamos generando oportunidades para que ellos también nos conozcan más a
nosotros, que descubran nuestros valores, principios, maneras de ser. En este dialogo permanente van apareciendo
similitudes y diferencias, miedos, deseos, ambiciones, inhibiciones. Simplemente, nos vamos conociendo y honrando
nuestras formas de ser. En un contexto
de respeto por el otro, ese facilita la busca de este balance entre libertades
y límites.
Muchos adolescentes al no haber descubierto una motivación, una inquietud, una actividad que los inspire, una tarea que los haga sentirse útiles, se sienten sin rumbo. Si además de sentirse sin rumbo, se sienten que en el contexto donde viven no hay permiso para sus dudas, sus miedos, su estar perdido, esto incrementa su desconcierto. No es raro pensar que este adolescente se sienta aislado y temeroso. Aislado porque no siente la confianza suficiente para compartir sus dudas o incertidumbres y temeroso porque no sabe cómo continuar desde este lugar. Son situaciones de este tipo las que favorecen a nuestros adolescentes a inclinarse por la droga (ilícita o recetada). La droga, en estas circunstancias, es una alternativa a salir de la situación en la que se encuentran y, momentáneamente, lo logra. Sin embargo, los adolescentes que eligen la droga están pidiendo a gritos aceptación de sus miedos, de sus dudas, de sus imperfecciones. Independientemente que nuestro hijo o hija este o no atravesando una situación crítica como la descripta, como padres, necesitamos crear espacios de escucha. No espacios para que nuestros hijos nos escuchen a nosotros sino espacios para nosotros escucharlos a ellos, para comprenderlos y, como dije antes, más importante aún, para descubrirlos. No permitamos que el vacío que sientan lo llenen las drogas.
Muchos adolescentes al no haber descubierto una motivación, una inquietud, una actividad que los inspire, una tarea que los haga sentirse útiles, se sienten sin rumbo. Si además de sentirse sin rumbo, se sienten que en el contexto donde viven no hay permiso para sus dudas, sus miedos, su estar perdido, esto incrementa su desconcierto. No es raro pensar que este adolescente se sienta aislado y temeroso. Aislado porque no siente la confianza suficiente para compartir sus dudas o incertidumbres y temeroso porque no sabe cómo continuar desde este lugar. Son situaciones de este tipo las que favorecen a nuestros adolescentes a inclinarse por la droga (ilícita o recetada). La droga, en estas circunstancias, es una alternativa a salir de la situación en la que se encuentran y, momentáneamente, lo logra. Sin embargo, los adolescentes que eligen la droga están pidiendo a gritos aceptación de sus miedos, de sus dudas, de sus imperfecciones. Independientemente que nuestro hijo o hija este o no atravesando una situación crítica como la descripta, como padres, necesitamos crear espacios de escucha. No espacios para que nuestros hijos nos escuchen a nosotros sino espacios para nosotros escucharlos a ellos, para comprenderlos y, como dije antes, más importante aún, para descubrirlos. No permitamos que el vacío que sientan lo llenen las drogas.
viernes, 11 de abril de 2014
Sexualidad en la Adolescencia
Los padres
tenemos la obligación de educar a nuestros hijos respecto a la sexualidad. Muchos padres se sienten incómodos o no saben
cómo abordar el tema dejando a sus hijos vulnerables en este terreno. Lo que puede ocurrir es que acaben siendo informandos por personas que no tienen el mejor interés para ellos y terminen engañados o mal aconsejados. Si esta
situación ocurre estaremos en un problema mucho más grave que el que teníamos
originariamente que era educarlos sobre sexualidad. Los padres no podemos desligarnos de nuestras
responsabilidades. Para muchos padres
es un tema difícil de abordar pero esto no es excusa para no tomar el rol de
educadores que nos corresponde.
¿Cuándo
está listo un adolescente para perder su virginidad? Si bien no hay una edad adecuada para perder
la virginidad, si hay consideraciones a evaluar para saber si nuestros jóvenes
están preparados para dar este paso significativo. Tener relaciones sexuales puede resultar en
contagio de enfermedades de transmisión sexual (ETS) causadas por bacterias,
parásitos o virus. Las ETS son
infecciones que se adquieren por tener relaciones sexuales con alguien que este
infectado. Si el adolescente padece de
ETS causado por bacterias o parásitos, se puede tratar con antibióticos u otros
medicamentes. Si padece de ETS causado por un virus, no hay curación. Adicionalmente,
tener relaciones sexuales puede causar embarazos no deseados. Por consiguiente, si el adolescente no está
capacitado de tomar las medidas necesarias para evitar contagiarse de ETS o
evitar un embarazo, claramente no está preparado para tener relaciones sexuales.
El tema de
control de ETS y embarazos es solo el primer paso a evaluar. El siguiente paso es evaluar la madurez
emocional del adolescente. Los
adolescentes están en proceso formación.
Se encuentran en una etapa de sus vidas donde están
explorando formas de vivir y valores distintos a los conocidos en su hogar. Comienzan a dudar de lo que creían cuando eran pequeños. De allí que experimentan dudas, inseguridades, presiones, incertidumbres
propias del proceso. Como consecuencia de este proceso de maduración, los adolescentes suelen no ser conscientes de sus inseguridades, por consiguiente, puede confundir los motivos por los cuales quiere tener relaciones sexuales. Concretamente, pueden no ser conscientes que las
verdaderas razones subyacentes de su motivación por tener relaciones sexuales
sean sentirse seguros, poderosos, valientes, que pertenecen, populares. Ninguna de esas razones es una razón adecuada
por la cual tener relaciones sexuales. Peor
aún, si el adolescente tuviera relaciones sexuales motivado por cualquiera de esas razones, se alejaría aun de su objetivo de sentirse popular,
valiente, audaz, canchero, poderosos. Por el contrario, incrementaría sus inseguridades. De alli que es fundamental que dialoguemos con nuestros hijos. Tenemos que conversar sobre este tema para ayudarlos a elegir. No queremos que nuestros hijos vivan una experiencia sexual no deseada a una temprana edad porque puede dejarles huellas irreparables.
Otro
aspecto a tener en cuenta respecto a cuándo tener o no relaciones sexuales son
los valores, las creencias, los principios de los padres. Hay padres que consideran que es importante
esperar a tener relaciones sexuales hasta el matrimonio, otros piensan que sus
hijos deberían tener relaciones sexuales con alguien con quien hayan cultivado
una relación de amor y el respeto.
Cualquiera sea el motivo por el cual los padres valoran que sus hijos
esperen a tener relaciones sexuales, tienen que comunicárselo claramente a sus hijos. El dialogo que los padres tienen que tener
con sus hijos debería basarse en explicarles las razones positivas por las
cuales los padres sostienen una determinada postura. No es recomendable y es hasta contraproducente, criticar otras posturas. Si los padres pueden explicarles, sin
imponer, los aspectos positivos que hay detrás de su punto de vista mostrándoles los
beneficios de dicha mirada es posible que sus hijos puedan entenderlos y,
eventualmente, incorporar esta misma postura como propia. Concretamente, se les puede explicar lo que significa para los padres el compromiso del matrimonio o el marco que brinda tener una relación estable con alguien. Tambien se les puede explicar que lleva tiempo cultivar una relacion de cariño, cuidado y respeto y la importancia de contar con una relación con estas características antes de tener relaciones sexuales.
Si bien
tenemos que dialogar e ir mostrándoles el camino que para nosotros es el
adecuado, también tenemos que recordar que nuestros hijos no son adultos
todavía, están en proceso de maduración. Por las consecuencias que la sexualidad puede
traer, es crítico que los padres supervisen y monitoreen a sus hijos
adolescentes permanentemente. Puede ser que sus hijos se
sientan molestos al ser controlados pero esta no es excusa para los padres para
no hacerlo. Los padres tienen que poder
responder en cualquier momento del día donde están mis hijos, con quien están y
que están haciendo. Finalmente,
los padres no tienen que olvidarse en hacer sentir especiales a sus hijos. Esta es una tarea que tenemos que hacer día a
día. ¿Es nuestra casa el hogar de nuestros hijos? ¿Reciben nuestros hijos ese
calor de bienvenida cada vez que llegan a su casa? ¿Es nuestra casa un espacio
donde nuestros hijos descansan de presiones, competencias y exigencias
exteriores? Cuidemos que nuestro hogar
sea el refugio para nuestros hijos, que sea ese lugar que los abraza cada vez
que llegan, que sea ese espacio donde se sienten mirados, escuchados, entendidos. Si este es el ambiente que les estamos
brindando a nuestros hijos es muy probable que nos escuchen, que nos pidan ayuda. No queremos que nuestros hijos queden a la
merced de personas desconocidas que no tienen el mejor interés de ellos.
Enseñar a nuestros hijos el valor del dinero
Ser padres
significa ser proveedores. No solo tenemos un instinto a ser proveedores de
seguridad, abrigo, alimento sino también proveedores de bienestar, diversión,
distracción. De allí que cuando nuestros hijos nos piden juguetes muchas veces
se nos hace difícil decir que no. La realidad es que nuestros niños están
listos para pedirnos que les compremos algún juguete a todo momento. Entramos a
la farmacia, al supermercado, a la ferretería, al quisco y escuchamos la
pregunta: ¿mamá, me compras esto? No tenemos que tener miedo ni vergüenza a
decir que no ya sea porque no podemos o porque no creemos que sea conveniente
para nuestros hijos. Parte de nuestra función como padres es educar a nuestros
hijos respecto a las restricciones del mundo.
Independientemente del poder adquisitivo de cada familia, tenemos que
enseñarles a nuestros hijos el valor del dinero. Enseñarles el valor del dinero significa que
les explicamos que para comprar algo tenemos que pagarlo con dinero y, para
tener dinero, tenemos que trabajar. Es importante que entiendan que si no
trabajamos no tenemos dinero y, por consiguiente, no podemos comprar juguetes u
otras cosas como ropa, comida, vacaciones. Tenemos que explicarles que mientras trabajamos para obtener dinero para comprar las cosas que necesitamos, no podemos estar con ellos como nos gustaria. Estos son
conceptos básicos sobre los cuales tenemos que comenzar a hablar con nuestros
niños para que empiecen a entender cómo funciona el mundo real. Conversando de
estos temas simples, es como les vamos enseñando que todo no se puede.
Tenemos que estar preparados para la reacción de este aprendizaje. No podemos pretender que nuestros niños entiendan este concepto sin reacción o sin resistencia alguna. Cuando los niños comienzan a comprender sobre las limitaciones del mundo y que todo no se puede, muy probablemente se sientan frustrados, enojados, tristes, decepcionados. Como padres, esta es nuestra oportunidad para enseñarles a lidiar con estas emociones. El primer paso es permitirles sentirse de la forma que quieran: enojados, tristes, decepcionados. No hay nada de malo con estas emociones. Las emociones son únicas de cada individuo. Cada individuo vivirá esta experiencia de forma única e irrepetible. De allí que tenemos que respetar su forma de sentir y darles un espacio para poder expresarse sanamente. La mejor forma de expresión es hablándolo. Podemos decirles que entendemos que se sientan frustrados, enojados o tristes y que no hay nada de malo en sentirse de esa forma. Lo que si no podemos permitir es comportarse inadecuadamente por estar sintiendo estas emociones. No podemos permitirles pegar, romper, gritar. Estas son conductas inaceptables. Somos nosotros quienes les tenemos que enseñar la diferencia entre sentirse enojado y pegar. Sentirse enojado es válido, pegar no. Darles este espacio para que expresen sus emociones, lo que esta haciendo es darles un espacio para que “sean.” El permitirles “ser” es lo que ayuda a fortalecer su autoestima y, por consiguiente, les ayuda a poder sostener emociones negativas sin tener que reaccionar. Ahora bien, esto es un proceso largo. No basta con explicarles esto la primera vez a nuestros niños y esperar que lo aprendan. Esta es una lección que tenemos que repetir durante toda la vida del niño. Es a través de la repetición y consistencia que los niños van aprendiendo a valorarse a si mismos porque nuestros padres nos están valorando cada vez que nos validan nuestras emociones. Esta validación es la que fortalece su interior armándolos de recursos para tolerar sanamente emociones que no son agradables para ellos.
Tenemos que estar preparados para la reacción de este aprendizaje. No podemos pretender que nuestros niños entiendan este concepto sin reacción o sin resistencia alguna. Cuando los niños comienzan a comprender sobre las limitaciones del mundo y que todo no se puede, muy probablemente se sientan frustrados, enojados, tristes, decepcionados. Como padres, esta es nuestra oportunidad para enseñarles a lidiar con estas emociones. El primer paso es permitirles sentirse de la forma que quieran: enojados, tristes, decepcionados. No hay nada de malo con estas emociones. Las emociones son únicas de cada individuo. Cada individuo vivirá esta experiencia de forma única e irrepetible. De allí que tenemos que respetar su forma de sentir y darles un espacio para poder expresarse sanamente. La mejor forma de expresión es hablándolo. Podemos decirles que entendemos que se sientan frustrados, enojados o tristes y que no hay nada de malo en sentirse de esa forma. Lo que si no podemos permitir es comportarse inadecuadamente por estar sintiendo estas emociones. No podemos permitirles pegar, romper, gritar. Estas son conductas inaceptables. Somos nosotros quienes les tenemos que enseñar la diferencia entre sentirse enojado y pegar. Sentirse enojado es válido, pegar no. Darles este espacio para que expresen sus emociones, lo que esta haciendo es darles un espacio para que “sean.” El permitirles “ser” es lo que ayuda a fortalecer su autoestima y, por consiguiente, les ayuda a poder sostener emociones negativas sin tener que reaccionar. Ahora bien, esto es un proceso largo. No basta con explicarles esto la primera vez a nuestros niños y esperar que lo aprendan. Esta es una lección que tenemos que repetir durante toda la vida del niño. Es a través de la repetición y consistencia que los niños van aprendiendo a valorarse a si mismos porque nuestros padres nos están valorando cada vez que nos validan nuestras emociones. Esta validación es la que fortalece su interior armándolos de recursos para tolerar sanamente emociones que no son agradables para ellos.
Por último,
otra de nuestras responsabilidades como padres es enseñarles a nuestros hijos
que las personas tenemos muchas más necesidades que los bienes materiales. Esta
lección se las enseñamos regalándoles, en lugar de mas juguetes, más de nuestro tiempo. El compartir
calidad de tiempo con nuestros hijos les muestra el valor del compartir, del
pertenecer, del reconocimiento que son los bienes más preciados que un padre le
pueda regalar a sus hijos.
Entrevista sobre "Cómo Enseñar el Valor del Dinero a nuestros hijos" en el programa televisivo Buenos Dias Nueva York por Telemundo 47
Entrevista sobre "Cómo Enseñar el Valor del Dinero a nuestros hijos" en el programa televisivo Buenos Dias Nueva York por Telemundo 47
Las mentiras que les decimos a nuestros hijos
¿Qué padre
no les ha dicho alguna vez una mentira a sus hijos? Esto de decirles alguna
mentira a nuestros hijos no es un tema nuevo, ni es un tema que sorprenda
demasiado. Esto no quiere decir que no sea un problema. Todo lo contrario. Mentir a nuestros hijos es un problema. Mentir no es una buena práctica. ¿Por qué es que muchos padres recurren a la
mentira? La gran mayoría de las veces, los padres mienten por sentirse
limitados, frustrados, asustados, ansiosos. La situación en la que los padres
se encuentran, por alguna razón, los estresa y no ven otra alternativa más que
recurrir a la mentira. Si comenzamos a
hacer el ejercicio de observarnos a nosotros mismos en aquellas situaciones en
las que hemos mentidos, es muy probable que nos demos cuenta que emocionalmente
no estábamos tranquilos o en paz con nosotros mismos. Al estar nerviosos o
preocupados por algo, se nos hace más difícil visualizar alternativas. De allí,
que mentir aparenta ser una solución. De hecho, muchas veces, soluciona el
problema del momento. Ahora bien, es una solución de muy corto plazo. Cuando
nuestros hijos descubren que lo que les dijimos es una mentira, comienzan a
sentir un desconcierto muy grande. Los
niños no logran entender el porqué de las mentiras de los padres y comienzan a
sentirse inseguros, dubitativos. De repente, descubren que lo que sus padres
dicen no siempre es verdad. Esta realidad, poco a poco los lleva a comenzar a
dudar de lo que sus padres dicen. La palabra de los padres se va debilitando y
por consiguiente su autoridad. No solo eso, sino que muchos niños hasta comienzan
a dudar de los adultos en general. Los niños así comienzan a vivir una realidad
donde la mentira es una posibilidad. Cuando la mentira puede ser una opción,
genera un contexto de incertidumbre e inestabilidad que poco a poco va
afectando al niño generándole inseguridad y temor. Adicionalmente, y lo que es
peor aún, la relación entre padres e hijos se va debilitando dado que la
confianza se ha ido manchando con mentiras.
Las
conocidas “mentiras piadosas” o “mentiras pequeñitas” son afirmaciones falsas
dichas con intención benevolente. Sin embargo, vuelvo a insistir: “por qué
necesita una persona decir una mentira piadosa y no puede decir la
verdad?” En general, la respuesta a estas preguntas es para evitar causar algún
dolor o daño a la otra persona. Esto quiere decir que la persona que está
diciendo esta “mentira piadosa” tiene como intención cuidar a la persona a la
que le miente. Si esta es su verdadera intención, entonces lo que debería hacer
es decirle la verdad y ayudarle, a posteriori a procesarla, ayudarle a que pueda
entenderla y asimilarla, acompañarlo en el dolor o incomodidad que esta verdad
pueda causarle. Muchas veces, quienes dicen mentiras piadosas intentan evitar
justamente este proceso que viene a posteriori.
Adicionalmente,
los padres que mienten, al hacerlo, se están ubicando en un lugar de
imposibilidad de lidiar con la verdad, por consiguiente, de debilidad. Esta
posición de debilidad en la que se sitúa el padre se transmite, indirecta o
directamente, a sus hijos. De allí, que
tenemos que decir la verdad. Si es difícil o creemos que puede doler, o simplemente, no sabemos cómo
hacerlo, el primer paso es ser conscientes de nuestra dificultad. Permitirnos
sentir la incomodidad de tener que decir una verdad. Aceptar nuestra
limitación. Tomarnos tiempo para darnos cuenta de cuanto nos molesta tener que
decir una verdad. Esta consciencia de
estar frente a una situación que no nos es confortable, nos sitúa en estado de alerta
preparándonos mejor para el desafío. El
paso siguiente será encontrar una forma y un momento adecuado para comunicar la
verdad sabiendo que puede significar atravesar un momento incómodo. Hablar con
la verdad nos da la tranquilidad de saber que estamos cultivando el fundamento esencial
de cualquier relación autentica: la honestidad.
Entrevista sobre "Las mentiras que decimos a nuestros hijos" en el programa televisivo Buenos Dias Nueva York por telemundo 47Los adolescentes y el estres
Hoy en día los
adolescentes tienen que vivir situaciones de mucha presión. Los colegios son
cada vez más exigentes dado que buscan tener ex-alumnos estudiando en las
mejores universidades. El ingreso a las universidades es sumamente competitivo.
De hecho, los adolescentes cada vez empiezan a prepararse antes para
rendir los exámenes de ingreso. A esto se suma la presión social que
viven los adolescentes donde el pertenecer a un grupo y destacarse son
valores sumamente buscados por ellos y esto genera una gran presión.
El adolescente esta en proceso de desarrollo, buscándose a si mismo, descubriendo sus capacidades, probando hasta donde puede, investigando que le gusta. Mientras el adolescente esta en este proceso de desarrollo tiene que cumplir con presiones y obtener resultados concretos que se les exige. El adolescente sigue siendo un niño en muchos aspectos teniendo que responder como adulto. El adolescente tiene que liderar con el mundo exterior de la forma que lo hacen los adultos pero sin contar todavía con los recursos emocionales y de maduración que los adultos tienen. Esta situación es sumamente estresante para estos jóvenes.
El estrés puede impactar no solo cuestiones físicas dado que se deteriora el sistema inmunológico sino también patrones de conducta. El adolescente si no toma medidas de cambio respecto al estrés que vive corre el riesgo de sistematizar patrones de conducta no saludables para enfrentar situaciones de presión. La adolescencia debería ser vivida como la oportunidad para aprender a manejarse en el mundo adulto real.
El adolescente esta en proceso de desarrollo, buscándose a si mismo, descubriendo sus capacidades, probando hasta donde puede, investigando que le gusta. Mientras el adolescente esta en este proceso de desarrollo tiene que cumplir con presiones y obtener resultados concretos que se les exige. El adolescente sigue siendo un niño en muchos aspectos teniendo que responder como adulto. El adolescente tiene que liderar con el mundo exterior de la forma que lo hacen los adultos pero sin contar todavía con los recursos emocionales y de maduración que los adultos tienen. Esta situación es sumamente estresante para estos jóvenes.
El estrés puede impactar no solo cuestiones físicas dado que se deteriora el sistema inmunológico sino también patrones de conducta. El adolescente si no toma medidas de cambio respecto al estrés que vive corre el riesgo de sistematizar patrones de conducta no saludables para enfrentar situaciones de presión. La adolescencia debería ser vivida como la oportunidad para aprender a manejarse en el mundo adulto real.
Los
padres deberían monitorear a sus hijos observando si ven signos que podrían
indicar que sus hijos tienen estrés. Primero, deberían observar su estado físico,
evaluar si están durmiendo y descansando lo suficiente, si están comiendo sano,
si tienen síntomas físicos (dolor de cabeza, estomago). Luego, observar su
calidad de vida, si tienen vida social y si tienen una vida activa. Por último,
observar su estado de ánimo, si los ven nerviosos, ansiosos, tristes.
Todos estos pueden ser signos indicativos que su hijo esta estresado.
Más allá de monitorear a los adolescentes, es importante el dialogo dado
que los padres pueden darse cuenta claramente si su hijo tiene estrés a través
de lo que comunican. Un adolescente con estrés va a hablar de sentirse
presionado, de no poder dormir, de no querer salir a ver a sus amigos, de estar
nervioso, con dolor de cabeza, etc.. Basta que prestemos atención a lo que
nuestros adolescentes dicen para darnos cuenta como se están sintiendo.
Los
padres pueden ayudar a los adolescentes empezando por facilitarles lograr una
agenda balanceada. Antes que nada, si los hijos adolescentes tienen una
agenda más ocupada que los padres, estamos frente a un problema a corregir. Tenemos que ayudarlos no solo con sus responsabilidades
sino también a encontrar momentos de diversión y disfrute. También ayudarlos a tener
una dieta saludable, descanso suficiente, vida activa y vida social. Por último,
los padres deberían ayudar a los adolescentes a transitar los momentos de
fracaso o decepciones. La forma en que los padres acompañen a los
adolescentes en estos momentos es clave.
Muchos adolescentes ante la adversidad tienden a tener pensamientos
negativos para consigo mismo como por ejemplo: "yo no sirvo, yo no puedo,
nada me sale, etc." Los padres tenemos que intervenir para evitar este tipo
de dialogo interno negativo. Tenemos que
evitar estas generalizaciones negativas tan típicas de muchos adolescentes,
algunas de las cuales tienen su origen en una exigencia desmedida de los padres. Los adolescentes van a vivir situaciones de
fracaso y, es allí, donde tenemos que ensenarles a enfrentar situaciones
adversas. La vida nos va a traer
situaciones adversas en algún momento, como padres, es nuestro rol preparar a
nuestros hijos para que puedan manejarlas con calma y no con estrés. Una situación
en la que los resultados obtenidos no fueron los deseados no es más que una oportunidad
para revisarla, evaluarla y determinar que se puedo haber hecho distinto. Estas situaciones difíciles tienen que servir
para que el adolescente salga fortalecido de dicha situación habiendo aprendido
una lección para el futuro y no debilitado, abatido e inseguro. Tenemos que
dejarles muy en claro a nuestros adolescentes que un fracaso no los vuelve
personas fracasados, que la perfección no existe y que la vida se trata de
recuperarse de las caídas y no de pretender nunca caerse.
Estres de padres
El estrés
no nos permite disfrutar el momento presente. El estrés es una separación entre
mente, cuerpo y emociones. Por ejemplo, cuando estamos físicamente en nuestra
casa, pero nuestra mente está pensando en un proyecto laboral que tenemos que entregar y nuestras emociones están
sintiendo preocupación porque nuestros hijos no estudian lo suficiente. La realidad
es que los padres solemos vivir en este estado de partición interna. El diario vivir nos genera estrés: el
trabajo, las finanzas, las relaciones, y hasta los niños. Los niños se manchan, tiran cosas, ensucian,
se golpean y todas estas demandas pueden ser fuentes de estrés. Con lo cual, el objetivo no sería intentar
eliminar el estrés de nuestras vidas sino aprender a manejarlo. Para ello, tenemos que ser conscientes que
estamos estresadas. No podemos cambiar
lo que desconocemos. Tenemos que
ejercitar nuestra autobservación para darnos cuenta cuando estamos estresados. Si nos observamos nerviosos, malhumorados, comiendo por demás o muy poco,
durmiendo por demás o muy poco, inquietos, mordiéndonos las uñas, fumando,
bebiendo, es muy probable que estemos estresados. En ese momento, lo aconsejable es hacer una
pausa para traer a la consciencia nuestro estado de partición interna. Una pausa puede ser darnos un baño de
inmersión, retirarnos a nuestro cuarto un momento para estar tranquilos, dar
una caminata por el jardin, realizar respiraciones profundas.
Durante el momento de pausa, vamos a observar la agitación de nuestro
cuerpo, la velocidad de nuestros pensamientos y la intensidad de nuestras
emociones. Solo esta observación nos va
a ir tranquilizando poco a poco. Dicho de otro modo, nos va a ir integrando
nuevamente: trayendo cuerpo, pensamientos y emociones al momento presente: que
será el agua donde nos estamos dando el baño de inmersión, nuestro cuarto, los árboles del
camino, o nuestra respiración entrando y saliendo de nuestro cuerpo.
Una vez que estamos siendo conscientes de nuestro estado de estrés, tenemos que comunicarlo a nuestros hijos. Cualquiera sea nuestro estado emocional, nuestros hijos nos perciben estresadas. Nuestros hijos son como esponjas que perciben todo lo que pasa a su alrededor. Puede que no entiendan o no sepan qué es lo que estan percibiendo pero sí perciben le energía armoniosa o tensa. Cuando estamos estresadas, nerviosas o enojadas, transmitimos esto al ambiente y nuestros hijos lo sienten. Tenemos que comunicarles lo que nos pasa así ellos pueden entender lo que esta pasando. Si no le comunicamos a nuestros hijos lo que nos pasa corremos el riesgo que hagan sus propias interpretaciones. El riesgo con las interpretaciones es que pueden no ser adecuadas o, peor aun, pueden explicar el por qué de un ambiente tenso culpándose a ellos mismos: “yo pongo nerviosa a mi mama" o ""mi mama no me quiere.” No queremos que nuestros hijos lleguen a tener ninguno de estos pensamientos. Lo último que queremos que ocurra es que nuestros ninos se hagan responsables de nuestro estado de ánimo. Para evitar esta confusion, podemos decirles por ejemplo: “Estoy nerviosa porque hoy tuvo un día muy difícil en el trabajo. No es por nada que tu hayas hecho.” Esta comunicación libera a los niños de una carga muy pesada que pueden estar sosteniendo y que no les pertenece.
Una vez que estamos siendo conscientes de nuestro estado de estrés, tenemos que comunicarlo a nuestros hijos. Cualquiera sea nuestro estado emocional, nuestros hijos nos perciben estresadas. Nuestros hijos son como esponjas que perciben todo lo que pasa a su alrededor. Puede que no entiendan o no sepan qué es lo que estan percibiendo pero sí perciben le energía armoniosa o tensa. Cuando estamos estresadas, nerviosas o enojadas, transmitimos esto al ambiente y nuestros hijos lo sienten. Tenemos que comunicarles lo que nos pasa así ellos pueden entender lo que esta pasando. Si no le comunicamos a nuestros hijos lo que nos pasa corremos el riesgo que hagan sus propias interpretaciones. El riesgo con las interpretaciones es que pueden no ser adecuadas o, peor aun, pueden explicar el por qué de un ambiente tenso culpándose a ellos mismos: “yo pongo nerviosa a mi mama" o ""mi mama no me quiere.” No queremos que nuestros hijos lleguen a tener ninguno de estos pensamientos. Lo último que queremos que ocurra es que nuestros ninos se hagan responsables de nuestro estado de ánimo. Para evitar esta confusion, podemos decirles por ejemplo: “Estoy nerviosa porque hoy tuvo un día muy difícil en el trabajo. No es por nada que tu hayas hecho.” Esta comunicación libera a los niños de una carga muy pesada que pueden estar sosteniendo y que no les pertenece.
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